Un libro es una historia con al menos un personaje o un tema principal.
En varias de mis memorias de infancia, el personaje principal es el libro en sí mismo.
Salgo del médico con mi madre. En el quiosco de la esquina hay siempre varios tomos de una colección cuyo nombre no recuerdo. Mi madre me lleva a elegir uno y espera mientras enciende un cigarrillo. Yo no sé cual elegir. Los quiero a todos. Se trataba de una familia de ratones muy muy pequeñitos. En la tapa de uno de ellos se va a la familia que duerme dentro de una caja de fósforos. Recuerdo ahora que también tenía en mi casa La pequeña vendedora de fósforos, pero siempre lo dejaba por la mitad porque me ponía muy triste. No sé si alguna vez acabé de leerlo entero. Elijo mi libro y mamá paga. Para un taxi y regresamos a casa. Mi madre nunca aprendió a manejar ni a andar en ómnibus. Llegamos a casa. Por varios días no puedo ir a la escuela. Tengo que estar en reposo. No viene cuando la llamo. Mi madre está siempre ocupada no sé bien en qué. La molesto.
Acabo el libro en un par de horas. Ya no tengo qué hacer. Me quedo sola en mi habitación e imagino.
Mi madre tiene ahora 71 años y vive sola. Está rodeada de libros que no le interesan. Eran de mi padre. Me llama y yo trato de ir aunque esté ocupada. No sé bien por qué.
A una cuadra de mi casa en Montevideo abrieron una librería pequeña con libros importados que no se encuentran en otro lado. La recuerdo más larga que ancha y con mucha luz. Una librería alegre.
En los estantes de abajo de un sector tienen algunos tomos de una colección en la que la heroína es una chica rubia de unos 20 años. Es hermosa y anda en moto. Cuando sea grande quiero ser como ella. Hermosa, valiente y decidida. Tengo que elegir.
Mi padre me espera mientras conversa con el dueño del local. Me decido por uno de la chica rubia y otro de Asterix y Obelix. Nos vamos los dos felices. No recuerdo qué compró él. Volvemos caminando a casa. Ël me toma de la mano. Yo llevo mi bolsa en la otra
Mis abuelos han venido a mi cumpleaños. Vienen a casa a saludarme. El festejo es más adelante, en Agosto, aunque yo cumpla en Mayo. Mis padres festejan los dos cumpleaños juntos, el mío y el de mi hermano, para que salga más barato. No recuerdo que hayamos pasado carencias económicas entonces. Estas llegaron despúes. Siempre me traían libros mis abuelos. Uno o dos ejemplares de Los Cinco. Tenía toda la colección. La de los Cinco y la de los Siete secretos, de Enid Blyton. Yo quería ser Jo.
Cuando tenía yo 8 años murió mi abuela. Yo la amaba. Mi terror a la muerte tornó mis noches en un infierno. Mi padre quiso que me sintiera comprendida y trajo un libro de poesías a mi cuarto. Rubén Darío. Me habló de Lo Fatal y yo me lo aprendí de memoria.
Es el único poema que puedo recitar todavía sin temor a equivocarme y han pasado 40 años.
En el living de mi casa había una gran biblioteca. Yo nunca tuve buena memoria para títulos y autores, pero siempre supe si había leído algo en algún lado y todo lo que tenía que hacer era trepar para demostrar mis argumentos.
Si durante alguna conversación alguien decía algo y yo se lo refutaba, me subía a los estantes de la biblioteca y demostraba que lo que estaba sosteniendo era verdad. Era un método que nunca me fallaba. Los libros me hacían feliz. Creía en ellos con una fe total y absoluta.
Con los años comprendí que los libros también mienten, pero a ellos he sabido perdonarlos.
En varias de mis memorias de infancia, el personaje principal es el libro en sí mismo.
Salgo del médico con mi madre. En el quiosco de la esquina hay siempre varios tomos de una colección cuyo nombre no recuerdo. Mi madre me lleva a elegir uno y espera mientras enciende un cigarrillo. Yo no sé cual elegir. Los quiero a todos. Se trataba de una familia de ratones muy muy pequeñitos. En la tapa de uno de ellos se va a la familia que duerme dentro de una caja de fósforos. Recuerdo ahora que también tenía en mi casa La pequeña vendedora de fósforos, pero siempre lo dejaba por la mitad porque me ponía muy triste. No sé si alguna vez acabé de leerlo entero. Elijo mi libro y mamá paga. Para un taxi y regresamos a casa. Mi madre nunca aprendió a manejar ni a andar en ómnibus. Llegamos a casa. Por varios días no puedo ir a la escuela. Tengo que estar en reposo. No viene cuando la llamo. Mi madre está siempre ocupada no sé bien en qué. La molesto.
Acabo el libro en un par de horas. Ya no tengo qué hacer. Me quedo sola en mi habitación e imagino.
Mi madre tiene ahora 71 años y vive sola. Está rodeada de libros que no le interesan. Eran de mi padre. Me llama y yo trato de ir aunque esté ocupada. No sé bien por qué.
A una cuadra de mi casa en Montevideo abrieron una librería pequeña con libros importados que no se encuentran en otro lado. La recuerdo más larga que ancha y con mucha luz. Una librería alegre.
En los estantes de abajo de un sector tienen algunos tomos de una colección en la que la heroína es una chica rubia de unos 20 años. Es hermosa y anda en moto. Cuando sea grande quiero ser como ella. Hermosa, valiente y decidida. Tengo que elegir.
Mi padre me espera mientras conversa con el dueño del local. Me decido por uno de la chica rubia y otro de Asterix y Obelix. Nos vamos los dos felices. No recuerdo qué compró él. Volvemos caminando a casa. Ël me toma de la mano. Yo llevo mi bolsa en la otra
Mis abuelos han venido a mi cumpleaños. Vienen a casa a saludarme. El festejo es más adelante, en Agosto, aunque yo cumpla en Mayo. Mis padres festejan los dos cumpleaños juntos, el mío y el de mi hermano, para que salga más barato. No recuerdo que hayamos pasado carencias económicas entonces. Estas llegaron despúes. Siempre me traían libros mis abuelos. Uno o dos ejemplares de Los Cinco. Tenía toda la colección. La de los Cinco y la de los Siete secretos, de Enid Blyton. Yo quería ser Jo.
Cuando tenía yo 8 años murió mi abuela. Yo la amaba. Mi terror a la muerte tornó mis noches en un infierno. Mi padre quiso que me sintiera comprendida y trajo un libro de poesías a mi cuarto. Rubén Darío. Me habló de Lo Fatal y yo me lo aprendí de memoria.
Es el único poema que puedo recitar todavía sin temor a equivocarme y han pasado 40 años.
En el living de mi casa había una gran biblioteca. Yo nunca tuve buena memoria para títulos y autores, pero siempre supe si había leído algo en algún lado y todo lo que tenía que hacer era trepar para demostrar mis argumentos.
Si durante alguna conversación alguien decía algo y yo se lo refutaba, me subía a los estantes de la biblioteca y demostraba que lo que estaba sosteniendo era verdad. Era un método que nunca me fallaba. Los libros me hacían feliz. Creía en ellos con una fe total y absoluta.
Con los años comprendí que los libros también mienten, pero a ellos he sabido perdonarlos.